Los desfiles escolares y la descolonización

desfileEl gobierno se llena la boca de la palabra “descolonización” sin realmente comprender lo que significa, pero alienta y aplaude una de las más aberrantes prácticas neocoloniales de la cultura cotidiana de los bolivianos.

En efecto, creo que los desfiles escolares son la mayor manifestación de lo internamente colonizados que estamos. Cada fecha cívica los niños, niñas y adolescentes, incluso pequeñines de los jardines preescolares, son obligados a marchar con música militar y uniformes decimonónicos, bajo la atenta mirada de sus profesores y las autoridades estatales de turno.

Neocolonial afirmamos no porque los uniformes sean en general prusianos (los “cadetes”) o estadounidenses (las guaripoleras), la música de marcha británica o, peor, de la época del movimientismo, o los símbolos (estandartes, bastones, lancetas, galones, etc.) referidos a los ejércitos europeos de la más feroz era colonial de la historia de la humanidad. Es decir, el problema no se resuelve con vestir a los muchachos de ponchos y ojotas, hacerles tocar wank’aras y pinquillos o llevar la wiphala como bandera.

Neocoloniales son las marchas porque imponen, con extrema violencia simbólica y a veces psicológica, una estructura social de sumisión y obediencia, disciplina militar y rendición de pleitesías a los jefes de turno. Replican las divisiones entre ricos y pobres, pues las bandas mejor equipadas, los uniformes más lujosos y las majorettes más guapas suelen provenir de los colegios privados más elitistas, mientras que los chicos de las escuelas fiscales de los barrios alejados son jaripeados por el profesor de educación física por no poder igualar el espectáculo.

También dicho sea de paso, las marchas escolares ensalzan y glorifican el horror de la guerra, en la que la carne de cañón es, habitualmente, precisamente la generación de los que desfilan. Aunque Bolivia no maneje ninguna hipótesis seria de guerra (salvo los disparates que el Presidente por imitación a un tal Chávez lanza de vez en cuando), está claro que en la eventualidad de una conflagración los que irán a defender los colores patrios serán esos muchachitos.

Para colmo, las marchas escolares se convierten en una competdesfileencia feroz por ser los mejores en temas que son irrelevantes para la vida futura de los muchachos, como la capacidad de igualar el paso de ganso (de nuevo, prusiano) o de hacer volar más alto un bastón, o lo que es peor, qué colegio puede mostrar la mayor cantidad de piernas bien torneadas de muchachitas que no tienen edad todavía para entrar a boliches.

Sobre este último punto vale la pena detenerse un poco más. No sólo las marchas escolares son neocoloniales, sino que además son patriarcales, pues su mayor atractivo es exponer como objetos sexuales a muchachas adolescentes, ante un masivo público compuesto por gente de todas las edades, entre la que se encuentran hombres mayores que miran con entusiasmo el espectáculo y mujeres mayores que aplauden la cosificación de sus propias hijas porque ellas también fueron poco más que electrodomésticos cuando se casaron.

Como paréntesis final, tampoco concuerdo con los desfiles de funcionarios públicos e instituciones de la sociedad civil, esto por una razón muy diferente: tienen cosas mucho mejores que hacer en lugar de estar aplanado calles. ¡Y ni gracia tienen!

Creo que como la aplastante mayoría de los países civilizados del mundo, los únicos que deberían desfilar son los que han escogido la disciplina, la violencia, los uniformes, el paso de ganso, las marchas, la glorificación de la matanza y la cosificación del ser humano como parte fundamental de su carrera. Los únicos desfiles militares deberían ser los desfiles de los militares.